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Síndrome del impostor

No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo pero… no saben cómo me costó escribir esta nota, (bueno iniciar a teclear), y a eso se le llama procrastinación, pero me descubrí pateando mi compromiso de escribir sobre el tema por múltiples razones, en donde claro, la más fácil de reconocer es la “flojera” o “lo fácil que es el tema y me toma 5 minutos”, te apuesto que te ha pasado.



Me quise tomar el tiempo y pensar qué era lo que se dice en la literatura del síndrome del impostor, ¿qué es, de dónde nace, es bueno, es malo, todxs estamos en riesgo, se contagia, hay quienes son más propensxs, hay cura?... y así, muchas preguntas me bombardearon la cabeza y me sentí cómo dice la descripción del famoso síndrome del impostor: que una persona que lo padece se debe de sentir, un fraude, una persona incapaz de escribir al respecto pero sabía que también las ganas de hacerlo y de dar mi punto de vista eran grandes.


Y justo ahí es donde me viene la reflexión a la mente en la exigencia que sentimos del exterior, una exigencia que se siente tan personal como si fueran aquellos ojos de mamá y papá o aquellos primeros cuidadores que se se encargaron de darnos ese amor traducido en palabras y frases de aprobación y/o desaprobación, de aquellos seres de quienes internalizamos sus expectativas porque ¿cómo no nos va importar lo que ellos y ellas piensen y esperen de nosotros si son los que nos dieron y mantienen la vida en aquella etapa de fragilidad infantil?


Pero olvidamos un punto clave, que es justo en aquella época infantil cuando la dependencia hacía ellos era total en cada uno de los aspectos de nuestra vida, ahora, en el presente, en el aquí y ahora, es una adultez la que nos va definiendo, las propias prioridades y el cómo asumimos las decisiones que tomamos desde nuestra posición de privilegio y responsabilidad adulta y madura.



Para mi, el síndrome del impostor no es ninguna enfermedad mortal, es el recordatorio de la falla que estamos presentando al reactivar todo aquello infantil que se ha quedado atorado en nuestro inconsciente, todo ese despertar y recordatorio de que alguna vez le temimos a los inexistentes monstruos bajo la cama a pesar de que nos decían de que no existían, pero ahora, esos monstruos se traducen en fracaso, pérdida económica, etc. Se traducen en la posible duda de “¿no será que soy yo el mismo monstruo el que existe y ahora quiere asustar a todos y a todo?”. Para mi, es el terror de encontrarnos solos en la oscuridad de la infancia y no tener a seguridad de que los seres que nos aman vendrán a nuestro rescate.


Atravesar el malestar de ser el impostor, de la desconfianza, de creernos nosotros mismos como los principales monstruos dispuestos a arruinarlo todo, es también renunciar a una posibilidad de ser aquellos seres indefensos y asumir de una vez por todas cada uno de los riesgos, y claro privilegios, de ser adultos en todo esplendor haciéndose cargo de su propio deseo, nada más liberador y encarcelador a la vez.

Deseo que estas palabras encuentren un espacio en tu reflexión y que cumplan el objetivo de regalarte otra perspectiva de atravesar ese malestar humano en la vida.


Y ¿qué crees? ¡Sí logré escribir la nota!




Con cariño,

Grecia.




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