Qué difícil es afrontar que no todo se trata de nosotros mismos y que las personas pueden ser ellas mismas sin tener la intención de querer lastimarnos con su existencia; parece obvio pensar y saber que las personas viven su vida y que sus decisiones no tienen nada que ver con nosotros, parece fácil pronunciar las frases “no te lo tomes personal”, “no es personal”, “nada contra ti”, entre otras.
Es natural y parte del desarrollo humano atravesar durante la infancia un momento de intenso narcisismo y egocentrismo en donde el niño y la niña cree y está completamente seguro que todo lo que lo rodea le pertenece, no solamente los objetos sino las personas y las intenciones, emociones y deseos que éstas tienen, que ellos y ellas son el centro del universo, lo más importante y urgente que se tiene que atender. En otras palabras, los niños y niñas en su primera infancia se asumen como merecedores, reinas y reyes de quienes los rodean, por lo tanto, anulan por completo que el otro es otro con todo lo que implica ser alguien en esta realidad compartida.
Es gracias al desarrollo natural y al proceso de socialización, que se les obliga a renunciar a ese egocentrismo tan invasivo para dar cabida al otro en todo su esplendor, es decir, van renunciando poco a poco a considerarse y vivirse como únicos merecedores para considerar en su esfera de pensamiento a un otro que también merece atención, respeto, amor y paciencia.
Se espera que una vez que se llega al a vida adulta, la contemplación y consideración por el otro sea completa, que la capacidad de percibir a los demás sea instaurada y que por lo tanto, en la interacción social e íntima sean consideradas todas las necesidades de las persona con que las que estamos compartiendo la realidad.
Sin embargo, por múltiples factores (en los cuales no entraré en detalles en esta ocasión), existe una barrera que impide este logro y como resultado tenemos el creer y realmente aseverar que el otro dice y hace cosas solamente para molestarme, dañarme o influir de forma negativa en mi, considerando que el otro siempre está pensando en mi y no en sus necesidades (lo más natural), y es ahí cuando “nos tomamos las cosas personales”.
Renunciar un poco a este egocentrismo infantil (porque viene de esa etapa de la vida), es complejo y en ocasiones doloroso porque se trata de asumir que no somos la única persona en la tierra, que no somos los mejores en lo que hacemos o decimos, que nuestras acciones no siempre tienen como resultado cosas buenas, es decir: asumir que nosotros mismos también estamos completos con actitudes y acciones buenas y malas, que también hacemos daño “sin querer queriendo” (como dice el “Chavo del ocho”), que nuestras opiniones o comentarios no siempre están bien intencionados. Dar lugar al otro es renunciar un poco a mi lugar, y no como algo trágico ni en sacrificio, sino como una necesidad de poder desplegar la empatía, compasión y reconocimiento a otro ser humano.
Espero haber ofrecido un panorama diferente de lo que puede significar el “no todo se trata de ti o de mi”, que la reflexión que lanzo pueda ayudarte a atravesar ese malestar de tomar todo tan personal y de procesar que el otro es otro.
Con cariño,
Grecia.
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