Muchas son las maneras de relacionarnos con nuestra pareja, familia y amigos, y los contratos de convivencia ya sean conscientes o inconscientes, también se hacen presentes aunque no lo queramos.
Estos contratos son necesarios para funcionar, para poner las reglas sobre la mesa, para no dañarnos y también para sabernos amar y respetar; pero como cualquier otro contrato, estos tan especiales no están exentos de las letras chiquitas, esas en miniatura que parecen inofensivas pero que son la clave para que las letras grandes y visibles sean reales.
Nos hemos topado desde la infancia con discursos basados en ayudar sin esperar nada a cambio, de amar sin condiciones, de omitir las faltas del otro y simplemente estar ahí por el gusto de estar: dar sin recibir. ¿Tú crees que esto es posible?
Los vínculos son un intercambio constante y permanente, consciente y muchas veces inconsciente de emociones, pensamientos, ideas, comportamientos y creencias que se traducen en la construcción de historias con diferentes tintes, que se pueden convertir en narrativas desde lo más dulce hasta lo más cruel y doloroso. Todos estamos inmersos en esta dinámica y todos hacemos convenios, solo que los detalles que tienen cada uno los va dictando nuestra propia vida interna, nuestras experiencias y el cómo se ha ido construyendo y transformando nuestra historia, que a la vez se encuentra con todos los detalles de la vida interna de la otra persona.
“Las expectativas nos comienzan a nublar que el otro tiene su propia experiencia interna”.
Es así como, sin darnos cuenta, comenzamos a depositar expectativas en el otro y esperamos que respondan como a nosotros nos gustaría que fuera, de acuerdo con nuestras ideas y con lo que nosotros consideramos correcto o no; las expectativas nos comienzan a nublar que el otro tiene su propia experiencia interna y que responderá con lo que tenga en ese momento para ofrecer al igual que nosotros. Pasa algo curioso con las expectativas, muchas veces lo que esperamos del otro es lo mismo que nos imponemos a nosotros mismos, obligándonos a estar disponibles a “ser” algo que pesa mucho: buena pareja, mamá, amiga, hija, etc., y ante esto estamos esperando a que la otra persona también lo sea hacia con nosotros.
Continuando con el hilo de las expectativas inconscientes que se presentan en ambos protagonistas de la relación, podemos comenzar a “ser” y “actuar” de una forma en la que inevitablemente esperamos una respuesta favorable para nosotros, y ¿cómo darnos cuenta si estamos esperando algo a cambio por nuestras acciones? Cuándo la decepción, frustración, desvalorización, tristeza y enojo se hacen presentes a manera de rechazo ante la respuesta del otro, renegamos de su libertad y renegamos también de descubrirnos a nosotros mismos reclamando que se nos regrese aquello que hemos dado “desde el corazón”.
No quiero decir que todas las relaciones estén basadas en el interés frívolo, ese que daña y saca ventaja (que claro que existe, pero ese es un tema de narcisismo aún más profundo), sino en esta ocasión quiero visibilizar el interés que humanamente existe en los vínculos, que por más que neguemos y tratemos de decorar con las mejores intenciones siguen presentes.
El amor puede comprarse cuando llenas de expectativas a la otra persona y te decepcionas cuando no las puede cumplir, puede comprarse cuando das por hecho que el otro estará siempre para ti y por lo tanto cuando haces todo lo posible para “dar” lo que hay en ti, no hay límites que te protejan.
A mí me gusta llamarlas las letras chiquitas del contrato y esas no desaparecen nunca, y más nuestra responsabilidad ayudarnos a redactarlas, leerlas y tenerlas claras para que la convivencia en cualquiera de nuestros vínculos pueda ser genuina y nutritiva.
Nos leemos pronto.
GRECIA