Cambiar de profesión, de trabajo, de pareja, de amistades, de casa entre otras tantas posibilidades de cambio y de transformación, parece tarea imposible debido a todo lo que depositamos en la creación de cada vínculo. Comúnmente el pensamiento suele ser de pérdida y se puede escuchar de la siguiente forma: “¿cómo voy a dejar esto (inserte aquí aquello imposible de dejar), cuando me ha costado tantos años, esfuerzos y sacrificios de mi vida?” ¿te suena? ¿te lo has preguntado?
La realidad es que a los humanos nos incomoda y nos amenaza en demasía la sensación de pérdida y renuncia, sin embargo, poco nos damos cuenta que es la misma pérdida o renuncia la que nos hace crecer y que es un componente básico de nuestro desarrollo natural. ¿Qué ironía no? Deseamos tanto crecer pero nos rehusamos y le tememos a ese ingrediente esencial para lograrlo.
Hemos confundido que nuestra profesión, nuestra vida laboral, el cómo nos ejercitamos, nuestros pasatiempos, las elecciones de pareja e incluso el lugar en donde vivimos nos definen en su totalidad y que son parte fundamental de nuestra identidad, y que si “perdemos” o cambiamos alguno de estos componentes o decidimos vivirlos de formas diferentes es igual a despedirnos de una parte de nuestro cuerpo físico, como si decidiéramos cortarnos un brazo o pierna, solamente porque decidimos experimentar lo que se sentía, y no hay nada más alejado de la realidad.
La cosa es que, por otra parte, nos han metido mucho en la cabeza y las emociones que el “conquistar” algún logro es poseerlo y vivirlo de por vida como algo determinista, nos obligan a atarnos a una sola ruta de exploración de la vida desde muy pequeñxs, afirmando que si así lo hacemos, el camino será seguro llegando a un destino agradable y sobretodo, estable. Pero, ¿qué es estable?, ¿qué implica la estabilidad?... Es una pregunta seria.
Es necesario recordar una y otra vez que la estabilidad tiene que ver con el movimiento así como el equilibrio también, tenemos que movernos de manera física y emocional de nuestros lugares predeterminados para explorar rutas, ya sean grandes o pequeñas, que nos ofrezcan opciones de recorrer la vida, pero tememos a tomar decisiones creyendo que estas siempre tienen que ser grandes, atrevidas y “para siempre”. Nos cortamos las alas con la promesa de que si no volamos evitaremos el dolor de la caída, pero no hay dolor más grande que no volar y no saber lo que se siente caer.
Cambiar de ruta en la vida se ve de muchas maneras, comprendiendo que no siempre implican decisiones permanentes, que siempre existe un retorno en la carretera y que tenemos toda la libertad de vivir y experimentarnos de maneras diversas siempre en favor de nuestro desarrollo.
Si estás en plena duda de cambiar de ruta, deseo que estas reflexiones de ten acompañamiento y un pequeño sostén.
Con cariño,
Grecia.
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